Si hay algo que tengo claro, y que siempre lo he tenido, es que quiero dedicarme al fútbol. No importa cómo ni dónde. El fútbol siempre ha sido mi pasión y, puedo decir que, es mi vida.
Recuerdo como si fuera ayer las primeras patadas que le di a un balón, los primeros partidos en las calles de mi pueblo junto a mis amigos. Todo empezó como un juego, un inocente juego de niños que, sin saberlo, me iba a cambiar la vida.
Conocía mi situación y la de mi país. Tenía que hacer un esfuerzo enorme para poder dedicarme profesionalmente al fútbol. Tuve la suerte de ser convocado con la selección para disputar la Copa de África, de la que salimos vencedores. Fue mi puerta para llegar al Mundial sub17 de Ecuador. Lo que tampoco sabía es que, además de ser los ganadores, iba a ser el escenario perfecto para llegar al fútbol europeo.
Miro atrás y me veo con 17 años jugando contra los mejores equipos del mundo, ganándoles y todavía me cuesta creerlo. No cabía en mí de felicidad. Todo ello aumentó cuando me llegaron diferentes ofertas para ir a Europa. Era la decisión de mi futuro. Me decanté por España. No había ningún ghanés allí y sabía que era mi oportunidad. Apuntaba al cielo, pero me quedé en el camino.
Emprendí mi viaje hasta Mallorca con la mayor ilusión posible. Aunque no todo era bonito. Fue muy duro tener que dejar a mi familia, mis amigos y mi país atrás, pero estaba decidido, nada podía pararme. Excepto una hepatitis B. Los médicos me recomendaron volver a casa para tratarme y poder recuperarme.
Regresé, pero empezaron a aparecer las piedras que lo dificultarían todo. Ya no podía seguir jugando en el Mallorca y me cedieron al Ourense, donde empecé a jugar de verdad. Hasta que me rompí el cúbito y el radio, lo que me hizo desaparecer unos meses del terreno de juego. Las lesiones son parte del fútbol, me repetía constantemente.
Salí adelante a tiempo para jugar el Mundial sub20. Gracias a ello el Real Madrid se interesó en mí. Estaba viviendo un sueño del que no quería despertar. Ese año no pude debutar de blanco, así que fui cedido al Leganés. Ahí comenzó la pesadilla.
Jugábamos un partido especial. Del Bosque había venido a verme, quería que me fuese de gira a Japón con el Real Madrid. Estaba emocionado, pero una nueva roca se interpuso en mi camino. Corría el minuto 86 cuando al controlar un balón sentí como crujía mi rodilla. Temí lo peor. Me rompí la plastia y tuve que ser operado. Estaba en lo cierto.
Había llegado el momento de colgar las botas. Me vi obligado a retirarme, no quería quedarme cojo. La tristeza me invadió. Muchas personas han dicho que he tenido mala suerte, que la vida ha sido injusta conmigo, yo no lo creo. Puedes ser un afortunado y jugar hasta el fin de tu carrera o te puede pasar como a mí. Todo ello es parte del fútbol.
Empecé a buscarme la vida. Pasé por diferentes trabajos, desde electricista hasta seguridad de El Corte Inglés. La vida seguía y no podía quedarme de brazos cruzados. Siempre he sido positivo, sabía que las cosas siempre llegan. Y llegaron.
Un día de 2015 recibí una llamada: “estamos haciendo un proyecto en el Fuenlabrada y queremos que vengas de utillero.” Pensaba que mi vida y el fútbol no se volverían a cruzar, hasta ese día. No lo pensé dos veces. El dinero y la riqueza puede hacerte feliz, pero hay gente que no tiene nada y son muchos más felices. Yo lo era. Volvía a estar dentro de lo que era, y es, la pasión de mi vida.